
La forma como organizamos el tiempo en nuestro interior determina nuestra percepción de la realidad y simultáneamente influye en nuestra forma de pensar y sentir. En un mundo en el que recibimos miles de inputs de información sensorial y en el que sobreestimulamos nuestra atención detener el tiempo no es nada sencillo. La dispersión es hoy en día más la regla que la excepción y encontrar momentos para relajarse e ir hacia adentro un auténtico tesoro.
La construcción de nuestra noción del tiempo y nuestro lenguaje están íntimamente conectados, el continuo diálogo interno impide una suspensión de nuestras estructuras temporales que aunque tengan una función importante en nuestra planificación y organización de vida también generan dificultades y activan procesos de estrés y ansiedad.
Para poder resetear estas estructuras necesitamos dejar ir nuestras preocupaciones, dejar de pensar en el pasado y el futuro y focalizar nuestra atención en el presente, John Lilly creador de los tanques de flotación investigó alrededor de tres décadas los efectos del aislamiento sensorial sobre la neurología y como la flotación podía ser un catalizador para entrar en estados de profunda focalización y suspensión temporal, esta es una de las razones por las que en una profunda sesión de flotarium puedes alterar tu percepción del tiempo habitual y sentir a través de su proceso una conexión con la atemporalidad.
Desde la psicología transpersonal se categoriza esos momentos como experiencias cumbre o experiencia más allá de la identidad, experiencias que nos benefician en su sentido de desconexión de una vida saturada de estímulos, con falta de momentos íntimos con nosotros mismos y más allá del espacio y el tiempo.
Parar el tiempo es pues un ejercicio de descanso, reconexión y focalización hacia nuestra esencia y la flotación puede ayudarte a alcanzar estos momentos de paz, tranquilidad y trascendencia.